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Blog Académico

Y pasó el arado

Siempre he insistido, y en estos confusos tiempos es necesario remarcarlo más que nunca: el futuro de la humanidad depende más de la educación para el corazón, que de la educación para la ciencia y la tecnología solamente. Sin la educación afectiva terminaremos adorando falsos dioses, o, como lo expresa acertadamente Yuval Harari en su libro Homo Deus, terminaremos construyendo un mundo donde no haya un lugar para nosotros. Porque allí donde no haya lugar para la compasión, para el arte, para la música, para la poesía y la importancia del espíritu en nuestras vidas, homo sapiens no solo dejará de ser sabio, que es lo que sapiens significa, sino que dejará de ser humano.


Al comienzo de la siembra preparábamos la tierra, las semillas y el arado. No se esperaba que esta siembra fuese radicalmente distinta a las anteriores. Esta cohorte de estudiantes que llegan al final de sus estudios ha pasado por las inclemencias de una pandemia, más fuerte aún, que las tempestades y demás inclemencias del tiempo que siempre acechan a los trabajadores del campo y de la mar. Admiramos en los estudiantes de grado de la promoción 2019-2023, la «promoción de la pandemia», su lucha contra la adversidad, su resistencia frente a la enfermedad, su fortaleza emocional de los que perdieron algún ser querido, su capacidad de adaptación para estudiar en la soledad de una pantalla o un ordenador, su disciplina y su inteligencia capaz de trascender los mensajes difusos, a veces discordantes y siempre inquietantes, en un mundo que se enfrenta a un torrente de cambios con el trasfondo de una naturaleza gravemente herida.

Al celebrar vuestros logros académicos, estudiantes de grado y postgrado universitarios, destaco unas palabras del filósofo argelino-francés Albert Camus, en su discurso al recibir el Premio Nobel de Literatura en 1957: «Sin duda, cada generación se siente llamada a reformar el mundo. La mía sabe que no lo reformará, pero su tarea quizás sea aún mayor. Consiste en evitar que el mundo se destruya a sí mismo».

Esto lo decía Camus mientras el mundo se estremecía ante la posibilidad de una guerra nuclear. La amenaza sigue intacta y los problemas son todavía más acuciantes: sabemos con certeza que para nuestra supervivencia necesitamos cada vez más de la ciencia y la tecnología, pero a la vez sentimos que muchos de nuestros problemas se derivan del mal uso que los seres humanos hemos hecho de ellas. La inteligencia artificial empieza a reemplazar con trabajo barato a los trabajadores, con consecuencias similares para millones de personas, a no ser que quieran y puedan prepararse de manera continua para el cambio. Al mismo tiempo, los mismos creadores de la inteligencia artificial, nos advierten de la amenaza que supone para toda la humanidad, la posibilidad de que esta impresionante creación humana, siga evolucionando por su cuenta y, al obedecer a su propio imperativo evolutivo, termine por someter o destruir la civilización que hemos creado.

Pero este panorama pesimista no es toda la verdad. Debemos ser optimistas. ¿Por qué no es posible que la inteligencia artificial se pueda poner al servicio del desarrollo humano? Científicos, filósofos, intelectuales, empresarios y políticos comprenden la magnitud de esta nueva revolución exponencial y la responsabilidad ética ineludible de encauzarla, utilizando las herramientas que nos brindan la ciencia y la tecnología, encauzarla repito, de forma que podamos construir un futuro, que ya hemos empezado a vislumbrar, donde sea posible erradicar las enfermedades hasta ahora incurables, fabricar viviendas cómodas y acogedoras a precios accesibles para todos, brindar seguridad y disfrute durante el tiempo libre y diseñar una educación para la paz, para la convivencia y para ser capaces de seguir aprendiendo, donde ningún talento se pierda y ninguna ambición de conocer quede sin atender. Pero para ello, debemos ir por delante de nuestras mismas creaciones, solamente así, podríamos poner a nuestro servicio la evolución de la inteligencia artificial.

A la vez, no podemos creer que el futuro se desarrolla por generación espontánea. El futuro no existe, el futuro se construye y el futuro siempre empieza ahora y en menos de un abrir y cerrar de ojos, el futuro se convierte en pasado. Por eso, los sueños, las utopías, siempre son parte de un lenguaje del futuro, son la energía para avanzar por delante de los acontecimientos. El futuro es la herencia de las generaciones pasadas, es el patrimonio científico, tecnológico, social y cultural de los que nos precedieron. Por eso, futuro y pasado son estados de un mismo continuo y requieren de la sociedad el compromiso ético. Esto es modestamente para mí, la base de la ecología y la sostenibilidad en donde la vida adquiere sentido, cuando nuestra meta es dejar a los que vienen un mundo mucho mejor que el que nos tocó vivir.

Obviamente, esto requiere que toda la sociedad contribuya al bienestar general, que todos sus ciudadanos puedan encontrar trabajo digno y que no ocurra el que una parte de la sociedad trabaja, mientras que otra parte se recrea en el subsidio y en la procrastinación.  Para que nadie exija derechos, sino cumple con sus deberes.

Todo ello, representa sueños posibles mientras no olvidemos el valor del corazón humano y no dejemos de lado la conducta ética, que en resumidas cuentas es la conducta que nos mueve a eliminar el dolor y la injusticia del mundo.

Siempre he insistido, y en estos confusos tiempos es necesario remarcarlo más que nunca:  el futuro de la humanidad depende más de la educación del corazón, que de la educación científica y tecnológica solamente. Sin la educación afectiva terminaremos adorando falsos dioses, o, como lo expresa acertadamente Yuval Harari en su libro Homo Deus, terminaremos construyendo un mundo donde no haya un lugar para nosotros. Porque allí donde no haya lugar para la compasión, para el arte, para la música, para el amor, para la poesía y la importancia del espíritu en nuestras vidas, Homo sapiens no solo dejará de ser sabio, que es lo que sapiens significa, sino que dejará de ser humano.

Estoy plenamente convencido de que la educación tanto en estudiantes como en profesores no solamente es tema de desarrollar el talento, sino de ejercitar el talante constructivo, sin predicarlo. Nunca he creído que una genuina comunidad universitaria, pública o privada, pueda ser construida con mercenarios de la educación y mercaderes de la cultura. Se necesitan profesores y estudiantes con vocación para el aprendizaje y la enseñanza.

Vosotros, los jóvenes de hoy, como decía Camus, estáis llamados a impedir que los valores del espíritu se pierdan en un mundo despiadado en el que sobrevivir será una tarea feroz donde las máquinas en vez de ser objetos se puedan convertir en sujetos que nos puedan esclavizar. En vuestra breve vida, habéis sido testigos de más cambios que los que presenciaron vuestros abuelos en setenta, ochenta o noventa años de existencia. Habéis visto surgir guerras, el horror del terrorismo, los avances portentosos de la ciencia e innumerables instrumentos electrónicos y digitales. Pero en ese vertiginoso mundo habéis tenido la guía de la familia y de la escuela, que os han hecho comprender las limitaciones emocionales de este nuevo mundo en el cual habéis nacido.

En la Universidad Intercontinental de la Empresa (UIE), entidad privada de servicio público y sin ningún fin de lucro, perseguimos, como pautas, los tres lemas de nuestro escudo: cognitio, innovatio y ductus; conocimiento, innovación y liderazgo. Tenemos la convicción, o al menos luchamos por ella, que educamos para el futuro, para seguir aprendiendo de por vida, enseñando y aprendiendo a la vez, con los estudiantes y de los estudiantes, aquellos valores que deben permanecer, principios como flexibilidad, la adaptación al cambio, la valentía de pensar diferente, las conductas no domesticadas, el comportamiento ético y el ejercicio estético, el respeto a las ideas de otros, la justicia, las actitudes democráticas y una inquebrantable conducta en favor de la naturaleza, de todo nuestro hábitat. Pero también, con la compasión hacia los seres humanos, la solidaridad y la convivencia como motores de una misma verdad inmutable: la de que no hay plenitud humana si se abandona el bien común, como tampoco existirá respeto profundo por la comunidad si no se ejerce la propia profesión desde el rigor ético para con nuestros iguales. Y esto ya lo aconsejaba Séneca cuando afirmaba, «Conviene que vivas para los demás si quieres vivir para ti porque somos miembros de un cuerpo mayor».

Sabéis que la educación que habéis recibido os ha preparado para seguir aprendiendo en constante transformación porque el aprendizaje para toda la vida es la nueva norma en este mundo de avances geométricos.  Habéis reconocido que el conocimiento es poder para transformar. Así mismo, habéis experimentado la desilusión y el desaliento ante los problemas del mundo y del país.

Tal vez habéis intuido que necesitamos una ética en el ámbito de gobierno, de instituciones e individuos. Estoy seguro de que podéis contribuir con mejores soluciones a los problemas humanos si tenéis en cuenta que no estamos en este mundo para ser felices, sino para merecer serlo. No vale la pena ser feliz dando la espalda a los que van a quedar desamparados por la falta de oportunidades de trabajo. No vale la ideología narcisista del yo primero, porque es una filosofía suicida en un mundo cada vez más transparente y donde más gente puede organizarse a través de las redes sociales y otros medios. No vale ceder ante las personas egocéntricas que se burlan de los sentimientos nobles, como la compasión y la preocupación por los débiles o por la fragilidad del medio ambiente, porque son ellos los que socavan los principios en que se basan las sociedades democráticas. Vale la pena pelear con las armas de la razón, contra aquellos que quieren atropellar los valores éticos y la responsabilidad social para que nada impida su ascenso hacia el poder autocrático y destructivo de cualquier índole.

Creo profundamente en la juventud de mi país, de esta noble tierra gallega, que es tierra universal de la emigración y creo, con el futurólogo Mal Fletcher, «que nada es más peligroso para el futuro de una sociedad que permitir que su juventud envejezca antes de tiempo.» Es más, creo que es un deber de los seres humanos de esta época, jóvenes o viejos, impedir que envejezcan el corazón y el cerebro con el veneno de la indiferencia o el terror ante los cambios. 

Vosotros pertenecéis a una juventud afortunada: tenéis a vuestra disposición múltiples medios de comunicación con los que mi generación apenas se atrevió a soñar. Estáis viviendo tiempos convulsos y a la vez esperanzadores, y tenéis una preparación y una voz que, a través de los medios electrónicos, puede oírse por toda la tierra; estáis preparados para enfrentar la ansiedad y la incertidumbre que producen los daños al planeta y la emergencia de la inteligencia artificial. Habéis escuchado desde los bancos de la escuela que la defensa de la naturaleza es la defensa de vuestro terruño, de vuestra patria, de vuestro planeta y lo habéis transmitido a vuestros mayores. Poder acceder y utilizar los diversos medios de información, os hace sentiros con el derecho de educar a vuestros padres y abuelos en muchos temas que las generaciones anteriores no tuvieron la oportunidad de experimentar.  Mi madre murió a los 96 años y a los 90, sus nietos le enseñaron a utilizar las redes sociales para comunicarse con sus otros nietos que viven en América. Gracias a ellos, mi madre no dejó envejecer su corazón y su memoria. Debo a mis jóvenes sobrinos la dulzura y la alegría de sus últimos años.

Sois afortunados también, porque pertenecéis a un país como España, donde la familia extendida es todavía una fuente de amor y seguridad. Con cautelosas excepciones, sabéis que siempre tendréis abuelos, padres, hermanos y primos a quienes acudir en todo momento. Sabéis que siempre habrá personas de vuestra misma sangre o personas de amistad profunda con quienes sentir que sois amados, aceptados, aconsejados, apoyados, comprendidos. El privilegio de saber que siempre hay unos corazones que os aman y os esperan no tiene precio en este mundo. A partir de esa seguridad y de ese amor, se forman los valores de la compasión, la solidaridad, la capacidad de sacrificio, la voluntad de compartir, que son los nutrientes con los que se alimenta la conducta ética.

Desde este mensaje, integrantes de la promoción de la pandemia, quiero deciros hasta siempre, quiero desearos una vida plena, en la que sean muchos vuestros días felices, donde prevalezcan siempre los sentimientos y los ideales nobles propios de la juventud. Para vuestras familias deseo que brille siempre entre ellos y vosotros la luz de los afectos. Al hilo de este final, recuerdo unos versos de Pablo Neruda, un poeta muy amado de mi generación que, como forma de despedida, dicen con dolor:

Tú serás del que te ame,

Del que corte en tu huerto lo que he sembrado yo.

Hoy, cuando pasa el arado y recogemos los frutos cultivados, mi deseo es que nadie corte en vuestra vida, los valores admirables y eternos que en vuestra alma han sembrado los que os aman.


© 2023 Miguel Ángel Escotet. Todos los derechos reservados. Se puede reproducir citando la fuente y el autor.

Este es mi mensaje en su versión íntegra a la Promoción de la Pandemia, con motivo de la graduación de los estudiantes de la Universidad Intercontinental de la Empresa (UIE) en un lugar de Galicia, a los catorce días del mes de julio y del año veintitrés. El mensaje se basa en mi artículo dirigido a todos los graduados de las cuatro universidades gallegas, Y pasó el arado, que publicó La Voz de Galicia en su edición del 15 de julio de 2023, y que puede leerse en este enlace: artículo de la Voz de Galicia.