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Catchall Blog/ Cajón de sastre

Educar para transformar

Educar para transformar: mi propio manifesto. En manos de los buenos maestros y maestras ha estado siempre la tarea de crear una cultura de la transformación, porque educar es transformar y transformarse, es renovarse cada día, es enfrentarse a la aventura de las nuevas ideas, de los nuevos conocimientos, de los nuevos retos. Es como expresa Margaret Mead que «los niños deben aprender cómo pensar, no qué pensar».


Ejercer el pensamiento crítico supone un compromiso con uno mismo y toda la sociedad. Implica tomar una postura de acción transformadora, tanto en el plano individual como desde una perspectiva colectiva y social. La profesión del educador le exige la responsabilidad ética de seguir aprendiendo por el resto de su vida y la de compartir el conocimiento con los demás.

Los educadores tenemos la responsabilidad y el deber de acompañar a otras personas hacia un pensamiento transformador y diferente, hacia una forma de pensar interrogativa o dialéctica, aprendiendo nosotros mismos en ese camino de enseñar. Paulo Freire nos insistía que «el mejor estudiante de física no es el que mejor aprendió y memorizó las fórmulas, sino el que percibió su razón».  Y yo agregaría que el mejor estudiante de filosofía no es el que diserta sobre Platón, Aristóteles, Russell o Hegel, sino el que piensa críticamente sobre  todos ellos y corre con el riesgo de pensar.  

Estoy seguro de no equivocarme al afirmar que para todos los que nos dedicamos a la profesión docente y de investigación esta misión es apasionante y un tenaz desafío del que, sin duda, no dejamos de aprender. Educar es el arte de cooperar, de apoyarse mutuamente, de colaborar; así lo practicaba ya Sócrates en su mayéutica, término que procede del griego maieutiké y que significa el arte de ayudar a concebir, dar a luz a la verdad, y que implicaba siempre a dos personas en un debate de igual a igual que perseguía la búsqueda del conocimiento y la verdad.

Todo docente que practica el aprendizaje continuo, si este proceso es genuino, contribuye directamente a la creación de un pensamiento sobre nuestra misma ignorancia para que nos haga ávidos de seguir aprendiendo. Solo así, alcanzaremos un conocimiento que es producto de la interacción de experiencias, tanto individuales como sociales, que dan sentido a la vida del ser humano y que nos conducen, sin duda, hacia la construcción sin pausa de la sociedad, apoyándose en los principios de la democracia, la indagación de la verdad, la tolerancia, la búsqueda de la igualdad social, la solidaridad intergeneracional y el compromiso activo en el cuidado de nuestro hábitat.

Sin embargo, el aprendizaje siempre debe tener un para qué y este no puede ser sólo para la contemplación y el goce individual, sino para compartirlo y para transformar la realidad cuando esta atenta contra las especies y la propia sobrevivencia del planeta. Stephen Hawkins, hablando desde el ocaso del siglo pasado, nos advirtió que el siglo XXI sería el siglo de las complejidades; y lo decía porque lo vislumbraba como el comienzo de una era de cambios de paradigmas, de transformaciones, de caminos inexplorados.

Nada tiene tanto poder para transformar y franquear obstáculo como el conocimiento. Si repasamos la historia del mundo nos damos cuenta, por ejemplo, de todo lo que debemos a Gutenberg, quien, al inventar la imprenta, puso el conocimiento al alcance de todos los que podían leer y escribir. Y esas herramientas maravillosas que son la lectura y la escritura, que hasta entonces eran el privilegio de unos pocos, fue y es la obra de miles de educadores que abren las puertas de la transformación del ser humano en las etapas de su mayor potencial intelectual. Bien sabemos que el analfabetismo es condenar a millones a la exclusión en todos los ámbitos de la vida. Todavía dos de cada cinco personas en el mundo tienen diferentes rangos de analfabetismo y somos los educadores los que debemos ayudar a erradicar una de las mayores injusticias de la humanidad.

Hoy nos enfrentamos a un estudiante que vive en un mundo invadido de novedad, donde un nuevo concepto, una nueva idea se funde con otra, y donde los profesionales de la educación son a veces víctimas del descontento y el desafío juveniles ante un mundo de valores cambiantes y amenazas inquietantes. Más que nunca, los maestros o profesores tienen que enseñar a pensar; a hacer comprender al estudiante que la educación es una obra conjunta del educador y del educando; a tener la humildad de aprender juntos; a tratar de evaluar todos los esfuerzos del estudiante para iluminar ese mundo confuso de viejos y nuevos valores; a hacerles comprender que hoy, más que nunca, se hace más apremiante la necesidad de ver el planeta como la casa de todos, pensamiento bellamente expresado en la exhortación del pacifista sueco Klaus Pontus Arnoldson: «Que todos los seres humanos tengan los mismos derechos y deberes y que cada persona se sienta responsable por el destino de la humanidad».

En manos de los buenos maestros y maestras ha estado siempre la tarea de crear una cultura de la transformación, porque educar es transformar y transformarse, es renovarse cada día, es enfrentarse a la aventura de las nuevas ideas, de los nuevos conocimientos, de los nuevos retos. Es como expresa Margaret Mead que «los niños deben aprender cómo pensar, no qué pensar». Educar, en definitiva, es una tarea inmensa que requiere perseverancia, paciencia, resistencia al desaliento, un exquisito comportamiento ético y el inmenso amor por el mejoramiento de la vida humana.

Hoy más que nunca, con todo lo que sabemos y con todas las tecnologías a nuestro alcance, ser educador es ser un creador de creadores, porque en las manos de los niños y jóvenes de nuestro tiempo reposa la tarea de enmendar los errores del pasado y, por tanto, de crear una nueva conciencia, de volver a evaluar viejos valores, a soñar con un mundo nuevo, más compasivo, menos hostil con la naturaleza, más respetuoso con la vida de todos los seres que pueblan los rincones de este planeta que llamamos nuestro, pero que legítimamente pertenece a todos.

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©2023 Miguel Ángel Escotet. Todos los derechos reservados. Se puede reproducir citando la fuente y el autor.