- September 8, 2022
- Aprendizaje, Ciencia, Educación, Filosofía, Filosofía de la Educación, Psicología, Sociología
Cambiar no solamente es mover, innovar, involucionar o transformar. También es mantenerse en el mismo lugar. El valor cualitativo en los comportamientos humanos está muy por encima del valor cuantitativo. Por ello, muchas veces es más difícil mantenerse en el mismo lugar que cambiar. Es parte de la dialéctica del cambio. Hay veces que cambiamos tradiciones que deberían permanecer y mantenemos conductas que deberían cambiar.
Hay momentos en la vida de los seres humanos en donde convergen el “ser” y el “deber ser”, como marco existencial de su pequeña y a veces intrascendente historia personal. Uno de esos momentos se produce, al menos para mí, en el instante de dar a luz a un nuevo proyecto social o profesional, como así ha ocurrido con la puesta en marcha de la Universidad Intercontinental de la Empresa (UIE), un proyecto de un pequeño e ilusionado equipo humano frente a los inevitables grupos que siempre intentan interferir la navegación para que el barco no llegue a buen puerto; ese tipo de grupos que únicamente saben mirarse su propio ombligo y que en muchos casos, encubren conductas totalitarias en posesión de la verdad, su verdad.
Algo más personal, más íntimo, también lo constituye finalizar un nuevo libro. No cualquier libro. En mis múltiples obras publicadas, apenas unas tres o cuatro me han producido esa sensación. Los libros científicos o técnicos me someten a un ejercicio de confrontación con la realidad, con la aridez de los números, las fórmulas o las demostraciones implacables. Con ellos, uno es capaz de mantener en buena medida la privacidad de sus ideas, sus sueños, sus inquietudes, sus defectos. La aproximación a un contenido aséptico descarga de compromisos que no estén sujetos al rigor de la ciencia.
Con el libro de ensayo, aunque gire alrededor de una disciplina científica, se experimenta otra emoción distinta. Mis libros de ensayo son una confluencia de optimismo y desilusión, de escepticismo y esperanza, de hechos científicos y juicios de valor, de realidad y de utopía. Son reflejo fiel de mi pensamiento actual en el marco ético que te exige contrastar lo que eres y lo que deberías ser, reforzar las creencias de la tolerancia y la compasión, y especialmente, cómo deberías crecer, y por supuesto, cómo aprender a morir. En el fondo es una preocupación existencial, humanista y dialéctica a la vez, pero en constante movimiento. Educarse a lo largo de la vida es intrínseco al ser humano. Le obliga a cambiar constantemente, a estar en permanente transformación. Se aprende para seguir aprendiendo.
La dialéctica del cambio tiene como esencia la contradicción o lucha de fuerzas opuestas y por ello nos aferramos frecuentemente a permanecer estáticos. Esas fuerzas conflictivas hacen que el cambio produzca una gran inseguridad con la secuela de angustia que caracteriza a la mujer y al hombre de nuestro tiempo. Nos conduce a la resignación y a ser simples espectadores del acontecer diario. Se renuncia a las ideas suplantándolas por un pragmatismo que reduce la vida al mundo de los sentidos y de la materia. Pensar, hoy en día, es casi una perversión social. Sólo se hace posible en los lugares más recónditos de nuestra soledad.
Cambiar no sólo es mover, innovar, involucionar o transformar. También es mantenerse en el mismo lugar. Si se ha adquirido una conducta deseable, lo indicado en mantenerse con ella. Las emociones, las actitudes, las conductas no permiten el establecimiento de medias aritméticas. Si alguien ha hecho el bien toda su vida en favor de la sociedad y el día antes de su muerte, asesina a una persona, la conducta final no permite extraer ninguna medida de tendencia central. El valor cualitativo en los comportamientos humanos está muy por encima del valor cuantitativo. Por ello, muchas veces es más difícil mantenerse en el mismo lugar que cambiar. Es parte de la dialéctica del cambio. Hay veces que cambiamos tradiciones que deberían permanecer y mantenemos conductas que deberían cambiar.
El acto de aprender es aprender a vivir, aprender a cambiar, aprender a pensar, aprender a participar, aprender a dar, aprender a recibir, aprender a respetar al oponente, aprender a cuidar, aprender a compartir, aprender a crecer, aprender a saber ser, aprender a morir. Sin el aprendizaje no es posible crear una sociedad genuina. Para aprender, la sociedad cuenta con un sistema educativo que no puede ser reducido a las paredes de una escuela o universidad. La educación se convierte, así, en un proceso de calidad que rebasa los límites de la propia sociedad. No es posible construir un sistema de libertades, solidario y propulsor de la igualdad sin la educación.
Educar en su sentido más amplio no puede ser sinónimo de enseñar, instruir o entrenar. Educar y aprender hacia un sistema de valores sobrepasa con creces, “instruir” o “entrenar” como una condición para obtener buenos resultados en un test, en una prueba de conocimientos o en la simple adquisición de habilidades, destrezas o herramientas de trabajo. Al mono se le entrena, al ser humano se le educa. ¿Estamos entrenando más que educando?
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