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Catchall Blog/ Cajón de sastre

Educar al ser humano para el cambio permanente


El cambio es la ley misma de la evolución, mientras la crisis es la ruptura. En definitiva, la crisis se produce por no estar preparados para el cambio. Es aquí donde radica, a mi juicio, el eje de la acción universitaria y en general, de la educación: “formar al ser humano para el cambio permanente y aún para la eventual crisis producto de la transición”1.


La educación no ha sido precisamente la institución social o el proceso cultural que más ha cambiado. Casi diría que es todo lo contrario: la educación ha asumido el papel equivocado de perpetuar la tradición. La actitud excesivamente conservadora de la educación frente a los cambios socioeconómicos, frente a la explosión de conocimientos, ha desaprovechado, de manera creativa, los descubrimientos de las disciplinas básicas de su mismo proceso. Hemos vivido y vivimos copiando al carbón en demasía, sin atrevernos a buscar nuevas respuestas. No atendemos con suficiente energía y audacia a la preocupación que ha sido expresada de que “en educación, o inventamos o morimos”. Hemos dejado adormecer nuestra capacidad de crear, inventar, innovar.

El estudio del cambio tiene su profunda razón de ser en el hecho de que, tanto el individuo como la sociedad, distan mucho de ser factores rígidos e invariables; antes, por el contrario, su realidad está en su devenir. Las rápidas mutaciones, a ritmo de vértigo, que se registran en el panorama cultural, social y científico de la sociedad contemporánea dan origen a la inseguridad y su secuela de ansiedad y angustia, rasgos típicos de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. En estas condiciones de mutación permanente se le hace difícil al ser human de hoy sentir la tierra bajo los pies. Ese sentimiento de inseguridad que se impone a su existencia compromete gravemente el sano desarrollo de su potencial humano.

Pero lo cierto es, que los momentos sucesivos de la inevitable evolución se fundamentan en el cambio mismo, sin que éste engendre necesariamente una learning for changecrisis. El cambio que engendra una crisis es el que elimina un sistema de valores e introduce otro nuevo, como ya señaló Ortega y Gasset. El cambio es la ley misma de la evolución, mientras la crisis es la ruptura. En definitiva, la crisis se produce por no estar preparados para el cambio. Es aquí donde radica, a mi juicio, el eje de la acción universitaria y en general, de la educación: “formar al ser humano para el cambio permanente y aún para la eventual crisis producto de la transición”[1].

La resistencia al cambio, el negativismo frente a toda innovación y la agresividad que ésta puede llevar a generar, reconocen frecuentemente su origen en los cambios no comprendidos, no asimilados, no compartidos, no deseados. Martin Fishbein, en sus investigaciones sobre formación y cambio de actitudes, llegaba a la conclusión que la tal “resistencia al cambio” no existía como tal, desarrollada como impronta en el individuo, sino que la misma se producía porque los cambios se hacían tan mal que los mismos producían resistencia. Por tanto, un buen programa de innovación tiene que tener dentro de él los elementos necesarios para que, sin reducir el contenido y extensión de sus objetivos, sea capaz de disolver la resistencia. De hecho, la resistencia desaparece cuando educamos para el cambio.

Es así, también, que las actividades de investigación, indagación o reflexión intelectual conforman un proceso continuo, sin fin; son parte indivisible de esaCambio1 abstracción que es el cambio. Inflexibilidad y tradición son dos de las enfermedades degenerativas que tienen las  instituciones de educación superior. La universidad creadora configura la misión principal que tiene hoy y mañana la universidad; y el acto de cambiar es su desideratum para pasar del vagón de cola a locomotora del tren. Por ello, las reformas universitarias no pueden seguir siendo cambios espasmódicos, no pueden ser actos de confrontación entre lo que debe permanecer y lo que debe cambiar, no pueden ser actos legislativos con nuevas estructuras, nuevos medios, nuevos contenedores y contenidos.

Este tipo de reformas lo que demuestran es que la universidad de hoy no tiene los mecanismos internos para estar por encima de los acontecimientos. Las reformas de la “universidad creadora” son innecesarias, pues ella misma se reforma permanentemente. Es decir, que la mejor ley sobre la universidad es aquella cuyo único articulado la obliga a cambiar sin pausa y no a ir por detrás de los cambios.


[1] Escotet, M.A. (1991). Aprender para el Futuro. Madrid: Alianza Universidad, página 50.


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