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Blog Académico

El arte y la palabra: un haz de luz sobre los corazones

Hilvanar palabras y obras artísticas bajo el prisma multidimensional de la razón y la belleza, es un camino apasionante, un hilo conductor entre tinta de imprenta y pinceles de tinta. La fusión de ambas disciplinas está representada admirablemente en la tradicional caligrafía china que une palabra poética y arte de pincel. En este sentido, el arte como manifestación cultural es una de las funciones y puntos de arranque de la inteligencia humana, entendida esta en sus ámbitos cognitivo, afectivo y sensorial.


«Una pintura es un poema sin palabras», así definía el poeta clásico Horacio, hace más de 2000 años, el estrecho vínculo que une el arte con la poesía, entendida esta en el sentido clásico del término: como el arte de contar. Lo recoge en su obra Epístola a los Pisones, más conocida como Arte poética. Su ya universal concepto del Ut pictura poesis, que él inicia en la era anterior a la cristiana, recorrerá los siglos posteriores llegando a nuestros días e hilvanando diferentes generaciones de literatos y artistas.

Pensemos, por ejemplo, en Leonardo da Vinci quien expresó que «La pintura es poesía muda, la poesía pintura ciega» o en la obra La Primavera (1482) del artista del quattrocento Sandro Botticelli que se inspiró en el poema filosófico De Rerum Natura, de Tito Lucrecio Caro; o el Soneto XXIII de Garcilaso de la Vega [En tanto que de rosa y azucena…] que se inspira en el propio Botticelli, en su cuadro Simonetta Vespucci. El siglo XIX también acogió movimientos en los que arte y literatura convergen y dialogan, por ejemplo, la Hermandad Prerrafaelita, una asociación de poetas, pintores y críticos surgida en Londres en 1848, que crea un realismo mágico y simbólico a partir de recursos procedentes de la poesía de Lord Alfred Tennyson o Robert Browning. Precisamente, el gran John William Waterhouse se inspiró en un poema artúrico de Alfred Tennyson para realizar La Dama de Shalot, que hoy podemos ver en la Tate Britain Gallery de Londres. También en el XIX encontramos la bellísima Ofelia, la pintura de John Everett Millais, con inspiración directa en el Hamlet de Shakespeare. Ya en el siglo XX, no es fácil de olvidar el Minotauro de Picasso que, inspirado en toda la literatura y mitología clásica, aparece en toda su trayectoria artística como el gran leitmotiv de su obra.

Y qué podríamos decir de pintores que escriben, como William Blake, Bronzino, Vasari, Miguel Ángel, Da Vinci, Kandinsky o el mismo Picasso. O de escritores que pintan: muchos lo intentaron, como Víctor Hugo, Valéry, Goethe, Joyce, Günter Grass, Kafka, Hoffmann, Bertolt Brecht, Henry Miller, Lewis Carroll, Rafael Alberti, entre muchos otros. Me permito traer a colación una experiencia de vida que me hizo comprender esta circunstancia, así como el valor multidimensional del conocimiento y las prácticas éticas y estéticas que nos deben regir siempre. Allá por el año 1983, en la segunda semana de diciembre, coincidiendo con la asunción de Raúl Alfonsín como presidente de Argentina, entablé una nueva amistad como en el largometraje Casablanca que iba a durar para siempre, la del Ernesto Sabato sin tilde, como él escribía su apellido, como se hace en italiano. Más tarde, a la muerte de su amada Matilda, coincidiendo con la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, de su mano y de la del nuevo propietario de Editorial Losada, el asturiano José Juan Fernández Reguera y en su casa de Santos Lugares en la provincia de Buenos Aires, descubrí una producción de magníficos óleos, de algo más que un pintor amateur.

En aquel entonces ya le costaba enormemente leer y por ende escribir, pero no pintar. Se dedicó a este arte un buen tramo de sus últimos años de vida, sus pinturas eran expresión de su trilogía de novela y de sus ensayos, tales como «Sobre héroes y tumbas» u «Hombres y engranajes». Obra pictórica y escrita reflejan una personalidad que se debate entre la ternura, la bondad, la integridad, la rebeldía, la depresión, la melancolía y las complejidades de la existencia. Me perturbó su autorretrato, la dimensión de sus expresiones: me pregunté cuántas veces la ficción de cuadros y libros se solapan y son reflejo de una vida interior que se oculta tras el misterio del alma humana. Estas obras también representan la imagen de una cultura, la argentina, vista a través del pensamiento nostálgico y ciclotímico que tan bien define al dilecto amigo Ernesto.

Ernesto Sabato frente a algunas de sus obras en foto del diario Clarín.

Sabato fue un renacentista del siglo XX que, a su dedicación a la literatura y la pintura, sumó su formación como físico en Bruselas, Moscú, París –donde asistió a la ruptura del átomo de uranio en el laboratorio Curie– y, finalmente, en el Massachusetts Institute of Technology (MIT) de Cambridge; regresó como profesor de relatividad, mecánica cuántica e ingeniería a la Universidad de la Plata. Allí, acabó por renunciar a su puesto por coherencia política con su propio pensamiento, un valor a la baja en los años que corren en este primer cuarto de siglo XXI… Esta integridad personal de la que hizo gala en toda su existencia, seguiría su curso cuando se redactó el informe “Nunca más”, que precisamente se conoció como el “Informe Sabato”, redactado en 1984 por la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas presidida por él y en donde se recoge la realidad dramática de los desaparecidos argentinos desde 1976 a 1982. Y es que de él aprendí que no hay auténtica literatura, ni arte, ni siquiera ciencia, si a la estética no va unida la ética. Estas dos dimensiones deben transcurrir en la vida sin que una esté a expensas de la otra; las dos son inseparables y deben ir siempre de la mano. Ernesto Sabato fue un ser humano en donde la verdad iba por delante y a la que sumaba lecciones de humildad, en toda la grandeza y dimensión que este término requiere. En este sentido, recuerdo que, en ese mismo año de 1983 que entablábamos amistad, cuando ya había cumplido sus 72 años, declaró al diario Clarín según recuenta Eduardo Longoni, tras ser preguntado cómo se definía, «Soy un simple escritor que ha vivido atormentado por los problemas de su tiempo, en particular por los de su nación. No tengo otro título».

Hilvanar palabras y obras artísticas bajo el prisma multidimensional de la razón y la belleza, es un camino apasionante, un hilo conductor entre tinta de imprenta y pinceles de tinta. La fusión de ambas disciplinas está representada admirablemente en la tradicional caligrafía china que une palabra poética y arte de pincel. En este sentido, el arte como manifestación cultural es una de las funciones y puntos de arranque de la inteligencia humana, entendida esta en sus ámbitos cognitivo, afectivo y sensorial. Las emociones individuales y colectivas encuentran en el propio desarrollo del talento estético una vía adecuada para su comunicación. Esta característica sitúa a la obra de arte en el espacio apropiado para la proyección de sugerencias y propuestas culturales y sociales. El arte, como motor estético y creador de belleza, es una gran herramienta de convivencia y cohesión social capaz de ayudarnos a superar el aislamiento, la fragmentación, la fugacidad o la incertidumbre de una turbada actualidad.

Autorretrato de Ernesto Sabato

La creación artística potencia el pensamiento utópico, la reflexión crítica, la solidaridad, propone territorios de diálogo y genera espacios comunes para reconocer y respetar la diferencia y la diversidad. El arte, psicológica y metafóricamente descrito, es la apertura del espíritu, una ventana universal abierta a la razón, a las emociones, al pensamiento anti dogmático. Un libro, en su versión impresa o digital, tiene la capacidad de perpetrar la obra de arte, de trascender, incluso, su condición de ser efímera. Pensemos en un catálogo de arte o en una monografía sobre un autor, el libro inmortaliza, recoge, congrega e incluso reflexiona sobre un movimiento artístico o un autor. Entonces la publicación se convierte en una ventana al mundo con la capacidad de hacer convivir el deseo con la ilusión emocional en cualquier lugar, con las obvias limitaciones presenciales. Entonces arte y palabra se fusionan en una mirada individual y colectiva; literatura y creación artística pueden llegar a ser los estímulos que hagan aflorar el lado brillante y bondadoso de la vida.

La palabra escrita, la analítica o la poética, y la obra de arte, en cualquiera de sus disciplinas, son poderosos medios de comunicación que actúan simultáneamente como catalizadores de las emociones y como crónica de la historia de la humanidad, invitándonos a compartir años de tradición y de proyección futura desde la experiencia estética. «El deber de un artista -decía el compositor Robert Schumann- es enviar luz sobre el corazón del hombre». Arte y palabra, en armoniosa interacción, generan ese movimiento refractario que alumbra nuestros corazones con ese haz de luz que iluminará nuestras vidas siempre.

Referencias

César, Pablo (1983). Conversaciones con Sabato. [Film and super ocho recuperado 41 años después por Ana María Novick], Buenos Aires.

Da Vinci, Leonardo (2013). Tratado de la Pintura. Buenos Aires: Editorial Losada.

Escotet, Miguel Ángel (2024). Presentación. En Afundación (Ed). Catálogo Simultánea. Santiago de Compostela: Publicaciones Afundación, 9-11.

Horacio (2013). Arte poética o Epístola a los Pisones. Scotts Valley, California: CreateSpace/Amazon.

Longoni, Eduardo (2011). Sabato: una voz de la conciencia nacional. Diario Clarín.

Lucrecio Caro, Tito (2012). De rerum natura. Barcelona: El acantilado.

Sabato, Ernesto (1998). Antes del fin. Buenos Aires: Seix Barral.

Tennyson, Alfred (2013). Alfred, Lord Tennyson: Complete Works. East Sussex, UK: Delphi Classics.


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