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- January 2, 2025
- Cognición, Conducta Social, Educación, Ensayo, Ética, Filosofía, Ocio, Procastinación, Psicología, Trabajo
La sociedad se mueve con los ojos estáticos y un deambular frenético a través de escaparates y anaqueles de los almacenes comerciales o de las pantallas del comercio online a la búsqueda de objetos inútiles. Como en toda sociedad que le da más importancia a cultivar el ocio que al trabajo y la creatividad, que va aparcando las ideas, la conversación y el análisis compartido de problemas y soluciones, alcanzamos una conducta social en la que la motivación y el deseo se orientan, únicamente, hacia actividades materiales, narcisistas, intelectualmente irrelevantes o hacia el entretenimiento intrascendente como explosión hedonística de la decadencia de la cultura.
La proposición extrema es sustituir el mundo de las ideas por el mundo de los sentidos, de la materia, Blut und Boden, o, lo que es lo mismo, aquello que poco tiene que ver con la actividad cerebral. Pensar constructivamente, hoy en día, constituye un riesgo para la sociedad, pertenecer a grupos intelectuales produce actitudes hostiles –o al menos discreta burla– en las diferentes y variadas esferas de poder. La reflexión intelectual está dando paso a la astucia como capacidad para sobrevivir, aún bajo el engaño, la picaresca y el fraude, tal como nos mostró la crisis financiera de 2008 y buena parte de las promesas electorales incumplidas sistemáticamente en diferentes partes del mundo.
Los partidos políticos de muchos países tienden a desideologizarse: se prohíbe la crítica, la disidencia interna como símbolo de debate es calificada de insolidaria, se refuerza la autocensura. En cambio, el análisis de las ideas solo está en el papel secante del pragmatismo, definido este como el juicio de pocas palabras y menos ideas. El mensaje político es solamente un masaje. En tiempos electorales, por ejemplo, las ideas y los programas son sustituidos por lemas publicitarios que nos acercan a aquella consigna comercial: “No se cree problemas, permítanos pensar por usted”. El pensamiento típico de las diferentes formas de populismo que nos asfixian. El problema ideológico para la mayor parte de los partidos políticos es un problema de imagen utilizado para no decir lo que se hace ni hacer lo que se dice. Se da más valor a la mentira que a la fuerza de la verdad. La ficción del relato se convierte en la falsa realidad. Pasarse de un partido a otro, incluso de un supuesto extremo al otro, es ya una práctica común, pues la identificación política no responde a la identificación con un sistema de valores que mejore la sociedad sino en las formas, no se sustenta en los contenidos sino en los contenedores y, mayoritariamente, en los vahos del poder.
La democracia, se dice, es un problema de las mayorías, y se añade, que se ejerce respetando a las minorías. ¿Qué quiere decir respetando? En una democracia lo peor que le podría pasar a una mayoría es que no existiesen minorías, pues, si así fuese, ¿dónde estaría el juego democrático, dónde la coartada de la mayoría? Respetar democráticamente las minorías es construir entre todos un sistema más igualitario, solidario y genuinamente libre. Así, la democracia sólo es auténtica cuando se acepta el hecho de que tanto las mayorías como las minorías pueden tener la razón o ambas pueden estar equivocadas.
Sin embargo, la propia desestimación de las ideas de las minorías intelectuales pervierte aún más el maltrecho sistema democrático y aparecen, como sombras, los símbolos del autoritarismo bajo formas sofisticadas de falsa libertad. Tanto es así que cada cual puede decir lo que desea sin hallar respuesta alguna. Son aves de rapiña disfrazadas de palomas. La minoría democrática que ejerce el poder de la mayoría, distribuido cuidadosamente, se revela como la única opción con capacidad para pensar y llevar a la práctica sus ideas. Y, “ya que el poder sobre los seres humanos se manifiesta en lograr que hagan lo que preferirían no hacer –expresa Bertrand Russell–, el hombre que actúa por amor al poder es más capaz de hacer daño que de permitir el placer”.
La obsesión de desideologización de la que todos somos cómplices abarca todas las esferas de la sociedad. La universidad ha cambiado la búsqueda de saberes por la búsqueda de prestigio o las ofertas del mercado. Muchos medios de comunicación dejan a un lado la interpretación de la noticia, la investigación periodística, el debate vivo, la objetividad. El potente medio de la televisión nos inunda con la simplicidad de las series violentas o las tertulias amaestradas, sobornando al televidente con la trama elemental a fin de suprimir la reflexión y la participación. La Internet nos acompaña en la soledad y nos crea ilusiones virtuales de redes sociales o foros de “discusión”.
La sociedad se mueve con los ojos estáticos y un deambular frenético a través de escaparates y anaqueles de los almacenes comerciales o de las pantallas del comercio online a la búsqueda de objetos inútiles. Como en toda sociedad que le da más importancia a cultivar el ocio que al trabajo y la creatividad, que va aparcando las ideas, la conversación y el análisis compartido de problemas y soluciones, alcanzamos una conducta social en la que la motivación y el deseo se orientan, únicamente, hacia actividades materiales, narcisistas, intelectualmente irrelevantes o hacia el entretenimiento intrascendente como explosión hedonística de la decadencia de la cultura.
Creo firmemente que la realidad y la utopía son caras de una misma moneda, ambas imprescindibles para que pueda existir un pensamiento creativo y transformador. Ciertamente, me gusta soñar que no estamos en una de esas etapas sombrías de la humanidad, que vivimos en un sistema social que se desmonta a sí mismo, en una sociedad mundial que señala el fin de la ideología a través de un ideario sin ideas y en donde el mismo riesgo de pensar se cede a las máquinas de inteligencia artificial. Aún me restan el aliento y la esperanza de que, ante la adversidad, el ser humano siempre ha logrado inspirarse y sobreponerse.
©2025 Miguel Ángel Escotet. Blog Académico. Todos los derechos reservados. Se puede reproducir citando la fuente y el autor. Este es el artículo que publicó La Voz de Galicia en su edición del 20 de noviembre de 2024, con el título de “Quimera de la sociedad autoamaestrada” y que puede leerse en su versión impresa en la foto que aparece a continuación o digitalmente en este enlace: artículo de la Voz de Galicia. La ilustración de la cabecera es de María Pedreda.