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- February 12, 2025
- Educación, Ensayo, Envejecimiento Activo, Eudaimonía, Felicidad, Filosofía, Ikigai, Jubilación, Psicología
El ciclo de la vida implica un aprendizaje permanente con diferentes etapas que es necesario atravesar y en las que adquirimos experiencia que vale la pena contrastar. En cada una de ellas, las personas debemos afrontar y equilibrar fuerzas contrarias que siempre requieren un balance.
Nunca he estado en favor del concepto de jubilación obligatoria siempre que las variables físicas y psicológicas permitan el trabajo y la creación. No se debe confundir una sociedad mal planificada para el trabajo, la creatividad y la educación, generadora de desempleo y remuneración precaria, con una sociedad del aprendizaje, la productividad y el ocio creadores, a nivel individual y colectivo, con pleno empleo. Nuestras sociedades ocultan su fracaso político y social ante la imposibilidad de generar trabajo digno para todos a lo largo de la vida, aparcando a los mayores, no tan mayores, a una disociación con su trayectoria de vida y a la quiebra del aprendizaje intergeneracional en el seno familiar, en la escuela, la empresa y, en general, en todos los ámbitos de la sociedad.
Dicho esto, y haciendo uso de la implacable realidad, mientras no seamos capaces de cambiar el sistema, seguiremos teniendo la jubilación y requerimos, por ello, procesos paliativos que mejoren la calidad de vida profesional y personal. A esto me refiero y lo hago con una profesión cualquiera, por ejemplo la medicina: en determinados países a sus profesionales se les requiere la jubilación por razones de edad, no de competencias profesionales, cognitivas o psicomotoras. Estoy seguro de que un médico que siempre lo ha sido, lo seguirá siendo por toda su vida, aun no ejerciendo la medicina de forma remunerada o impidiéndoselo la ley, pues su propósito de vida y su pasión serán siempre el oficio médico, el cuidado de la salud de otras personas. Será médico sea cual fuere la etapa de su vida que transite. Es lo que podemos llamar propósito de vida.
En culturas muy diferentes encontramos voces diversas que definen este término del propósito vital. Eudaimonía es un concepto filosófico cuyo origen lo encontramos en la antigua Grecia, a menudo ha sido vinculado a Aristóteles. Su significado era «el buen espíritu», suma de los dos términos que lo conforman eu y daimon. En la filosofía clásica, la eudaimonía se basaba en el convencimiento de que el propósito y el sentido de la vida lo encontramos en el desarrollo y realización de nuestro propio potencial humano, así como en el hecho de vivir de acuerdo con nuestros valores y virtudes. Es decir, para Platón es la actividad del alma racional de acuerdo con la virtud. Los bienes por ellos mismos no son capaces de producir eudaimonía sino el conocimiento o la misma ignorancia que la produce o no.
En la filosofía oriental moderna, concretamente en la japonesa, hallamos el término Ikigai, compuesto también por dos vocablos: iki que significa vivir y gai cuya acepción alude a la razón, el valor o motivo de la vida. Según la psiquiatra Mieko Kamiya, considerada la progenitora de la filosofía ikigai, este se describe como una forma de felicidad cuyo principal componente es sentir que nuestra vida progresa. Ella afirmaba que experimentamos un mayor sentido de ikigai cuando nuestras pasiones más profundas se convierten también en nuestras responsabilidades y deberes. Un sentido de vida que está interrelacionado con la pasión, la misión, la vocación y la profesión.
Ambos conceptos, en ambas culturas, se relacionan con las necesidades de satisfacción vital, autorrealización, cambio y crecimiento, trascendencia, libertad y significado, así como el esfuerzo o el desafío necesarios para alcanzar esas metas o propósitos. Ambas culturas instan a encontrar nuestro ikigai o nuestra eudaimonía en la profesión, en el tiempo de ocio, con la familia, en lo que el mundo necesita o en nuestra relación con la naturaleza.
No cabe duda de que el ciclo de la vida implica un aprendizaje permanente con diferentes etapas que es necesario atravesar y en las que adquirimos experiencia que vale la pena contrastar. En cada una de ellas, las personas debemos afrontar y equilibrar fuerzas contrarias que siempre requieren un balance. Un ejercicio que en la edad adulta, más que en cualquier otra etapa, implica un replanteamiento de la conducta pasada, la aceptación de los desaciertos y la valoración de cómo hemos contribuido al bienestar de los nuestros, de otros seres que nos han acompañado y del medio ecológico que debemos preservar.
En este sentido, Sigmund Freud afirmaba que, en ese balance, en ese trabajo emocional de aceptar lo que se ha marchado y asumir aquello que permanece, recordamos, repetimos y elaboramos las experiencias que han dado sentido a nuestra vida, aquellas que conforman nuestro ikigai, nuestra eudaimonía, nuestro propósito. Por eso el médico, como a cualquier otro profesional, siempre será médico, y no debería de abandonar su propósito por el hecho de transitar un ciclo vital laboral diferente, pues la felicidad no se encuentra al final de un camino o de una etapa de la vida sino en cada paso que damos en dirección a nuestro plan de vida.
Así, en la etapa de la jubilación forzada y en los momentos previos a la misma, se experimentan, sin duda, unos de los mayores desafíos del ciclo vital. El período laboral llega a su fin y con ella se producen numerosos cambios en diferentes esferas de la vida: en las relaciones y los roles sociales, en el ámbito familiar y doméstico. También con nosotros mismos: en relación con nuestra propia autoestima, la felicidad, la ética, la satisfacción y la evaluación de la vida, esa síntesis a la que hace referencia Freud.
Esta fase de reajustes y adaptaciones merece que nos paremos a pensar, que escuchemos de manera activa a otras personas que atraviesan o han atravesado este momento para poder programar, desde el ámbito individual o colectivo de las organizaciones sociales, programas de acompañamiento que den apoyo a personas que se encuentren en su etapa previa a la jubilación. Parte esencial en ese acompañamiento, se refiere a la promoción de aprendizaje intergeneracional que reduzca la brecha de una cultura devaluadora de la experiencia y cada vez más alejada de la integración con los mayores, como erróneamente practican algunas sociedades.
En el actual contexto social es oportuno realizar más investigación sobre esta etapa, pues la longevidad ha convertido la jubilación en un período excesivamente prolongado y relevante para las personas adultas que, física y mentalmente, tienen toda la capacidad de seguir trabajando. Además, cada vez se hace más imprevisible, flexible y también más diversa, debido a que se ha ampliado el margen de elección en ciertas sociedades sobre cuándo y cómo se produce. El propósito central de estos estudios que se vienen realizando es analizar las implicaciones de la jubilación en diferentes ámbitos, explorar oportunidades y riesgos percibidos y considerar factores sociales, psicológicos, familiares y personales que contribuyen a una buena adaptación a la misma, siempre como indicaba al comienzo de este artículo, de no cejar en la meta deseable de producir empleo digno para toda la sociedad y lograr combinar aprendizaje y trabajo a lo largo de toda la vida.
Abusando de mi profesión psicológica, les lanzo a los lectores varias preguntas: ¿Hay eudaimonía, existe ikigai en sus vidas? ¿Han encontrado, quizá, su propósito? ¿Cultivan, entonces, aquello que guiará sus vidas para siempre, independientemente de la etapa o edad que transiten? ¿Han elegido el camino que les lleva a sus sueños? Si es así, no importará su edad, serán como ese médico de por vida, o poetas, o jardineros, o ingenieros, o padres, o cuidadores, artistas, soñadores … Quizás. Si es así, merecen saber que «el cerebro nunca debe jubilarse, sino trabajar noche y día», como afirmó la neurocientífica y también Premio Nobel, Rita Levi-Montalcini. No existe una vida de trabajo y otra de ocio, pues el mejor ocio es el trabajo deseado. Intentemos vivir una existencia en la que las pasiones más profundas se conviertan en nuestras responsabilidades y deberes.
Referencias
Escotet, Miguel Ángel. (2022). Entre la sabiduría y la incerteza. En Sara Marsillas y Pura Días-Vega (Eds.). Conociendo las emociones. Donostia y A Coruña: Matia Instituto y Afundación.
Mota, R., Sánchez-Izquierdo, M., Rubio, E., Delfino, G., Liñares, X. y Couceiro, I. (Coordinadora). (2025). Longevidad, cambios biográficos y bienestar: La transición a la jubilación. Informe de investigación de la Cátedra de Longevidad, Economía y Sociedad. Santiago de Compostela: Abanca, Universidad de Comillas y Afundación.
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