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Catchall Blog/ Cajón de sastre

¿Y ahora qué, USA?

No tengo la ingenuidad de pensar que el pueblo siempre tiene la razón. Ni mucho menos sus líderes. Para ello, habría que seguir los parámetros de aprendizaje a los que me refiero en el artículo. Además, para alcanzar una conducta reflexiva del acto de votar se requiere una profunda y sostenida pedagogía política de la sociedad a través de la vida.  Un cambio para el desarrollo político de un pueblo es algo que no se logra en una generación. Pero no caminar hacia ese desiderátum nos lleva muchas veces a la violencia, a la discriminación, a la injusticia, a las revoluciones por la fuerza y a la imposición de populismos y autoritarismos narcisistas donde el remedio es peor que la enfermedad. Y recordemos que los autoritarismos no son solo de aquellos que nos enseñan los dientes, sino también la de los que se disfrazan de corderos para ocultarnos su corazón de verdugos.


Los pueblos tienen los líderes que se merecen”. No estoy de acuerdo. Los líderes siempre están por debajo de la talla moral de los pueblos. Cuando estos últimos se dan cuenta de cómo son manipulados en busca del propio beneficio de sus líderes, estallan las revoluciones. Cuando los líderes reman con el pueblo, los pueblos cambian y sus líderes se adaptan a ellos, aunque también pueden abusar de la buena fe de sus ciudadanos. La clave está en educar a los pueblos, darles alas para volar por sí mismos. Esa educación tiene que llevar aparejada tanto las variables cognitivas como las emocionales o afectivas, todo ello con un para qué, que no es ni más ni menos que el sistema de valores, a través de la estética y la ética. 

Esto podría interpretarse, además de mediante procesos metacognitivos que incluyen el aprender a pensar, aprender a decidir y aprender a rectificar, mediante el desarrollo de procesos afectivos y sociales, como aprender a respetar a las personas (sentido de convivencia con la sociedad), aprender a emprender (sentido de iniciativa y creación), aprender a cuidar (sentido de convivencia con la naturaleza y el ser humano) y aprender a seguir aprendiendo (sentido de convivencia con el conocimiento).

Los pueblos como conjuntos de personas aprenden socialmente y también padecen de enfermedades sociales. Unas graves y otras menos graves, pero, al fin y al cabo, son patologías psicológicas que abarcan a pequeños grupos o a toda una nación. Patologías, que, en el caso de los sistemas democráticos, pueden aparecer en la elección de líderes que no contienen en su currículo un mínimo de rigor moral y, por supuesto, nada del aprendizaje al que me refería en los párrafos anteriores. Es el caso de la elección de líderes con récords contrastados de plagio, conductas deshonestas o convictos por felonías u otros delitos de gravedad.

La gobernabilidad de un país no consiste ni en hacerlo para uno mismo, para tu propio partido político o para una visión ideológica determinada. El mundo no es daltónico. Tiene múltiples colores. Tiene el arcoíris después de la tempestad. La vida está llena de matices y esa es precisamente su grandiosidad. El genuino liderazgo está en gobernar para todos, aún para los que puedes considerar como tus enemigos (gran error usar este término para los que no piensan igual que tú). La gravedad de los acontecimientos políticos en varias partes del mundo, y en especial, el cambio de liderazgo en Estados Unidos es una muestra de la delicada situación y de las diferentes formas de enfermedad social que aquejan a la vida constructiva de todos y para todos.

Con todo ello, no tengo la ingenuidad de pensar que el pueblo siempre tiene la razón. Ni mucho menos sus líderes. Para ello, habría que seguir esos parámetros de aprendizaje a los que me refería y abarcando todos. Y esto tampoco es algo que se pueda lograr en una generación. Pero no caminar hacia ese desiderátum nos lleva muchas veces a la violencia, a la discriminación, a la injusticia, a las revoluciones por la fuerza y a la imposición de autoritarismos narcisistas donde el remedio es peor que la enfermedad. Me alineo con Bertrand Russell y su pensamiento de que el hecho de que una presunta verdad haya sido muy difundida no es prueba alguna de que no sea totalmente falsa, y, por cierto –nos dice Russell–, en vista de cómo se comporta muchas veces la mayoría de la humanidad, una creencia extendida tiene más probabilidades de ser falsa que verdadera.

Creo que el cambio es necesario. La vida cambia, aunque no se quiera, y los buenos gobernantes tienen que saber gestionar el cambio con los pueblos y permitir que las generaciones que nos siguen tengan un mundo mejor que el que nos ha tocado vivir. Este es un valor que le da sentido a la vida. Quizá el más importante. Soy un firme creyente en el cambio necesario como revolución pacífica. Quisiera equivocarme, aunque no parece ser lo que se avecina en USA, pero en mi lado optimista siempre queda la sublimación del cambio de voto cuando llegue el momento de las urnas.


©2024 Miguel Ángel Escotet. Todos los derechos reservados. Se puede reproducir citando la fuente y el autor. Este es el artículo que publicó La Voz de Galicia en su edición del 8 de noviembre de 2024, con el título de “Y ahora qué, Estados Unidos” y que puede leerse en su versión impresa en la foto que aparece a continuación o digitalmente en este enlace: artículo de la Voz de Galicia.