Se ha llegado a confundir desarrollo con potencial económico, industrial o tecnológico. El desarrollo no es posible concebirlo sin elementos como la aplicación de los derechos humanos en todos los órdenes, la lucha contra la pobreza, la atención a la salud y la búsqueda del bienestar social y psicológico. Pero también educando a la población para trabajar para las futuras generaciones, como responsabilidad ética y ser parte corresponsable para vivir en sociedad.
En la medida en que una nación es productiva científicamente, es una nación educada y viceversa. Sin embargo, la brecha entre el avance científico y tecnológico y la educación es profunda. Y es positivamente esta brecha uno de los factores fundamentales que afectan la interrelación entre la aplicación de la ciencia, el medio ambiente y el ser humano. No es necesario ahondar que la inversión en personas es la política más importante de cara al progreso sociocultural y económico. Solo la ignorancia, la falta de visión o la terquedad pueden contradecir esa aseveración.
Pero si bien se observa que la mayoría de los líderes políticos repiten, como eslóganes, «educación y progreso» o «educación para el desarrollo», las acciones que se toman nunca se corresponden con la intención, y más aún, se confunde educación para el desarrollo con la formación de recursos humanos para el aparato productivo y no en función del mejoramiento global del individuo como ente bio-psico-sociocultural.
La revolución industrial, y hoy, en plena explosión digital y de inteligencia artificial, han llevado a la humanidad a una actitud de competencia intra y multinacional que está degenerando en modelos de desarrollo en donde el paradigma trabajo-producción representa las metas a alcanzar, dejando de lado otros factores humanos indispensables. Se ha llegado a confundir desarrollo con potencial económico, industrial o tecnológico. El desarrollo no es posible concebirlo sin elementos como la aplicación de los derechos humanos en todos los órdenes, la lucha contra la pobreza, la atención a la salud y la búsqueda del bienestar social y psicológico. Pero también educando a la población para trabajar para las futuras generaciones, como responsabilidad ética y ser parte corresponsable para vivir en sociedad. Los seres humanos han sido olvidados como la parte fundamental a la que tiene que estar dirigido el desarrollo. Hemos puesto más énfasis en las creaciones del individuo que en él mismo. El auténtico eje de dicho desarrollo, el ser humano, una vez más, ha sido ignorado.
Nuestros sistemas educativos en términos generales se han mercantilizado, recompensan la soberbia y no la humildad; enfatizan la búsqueda de prestigio individual y no el servicio a la comunidad; nuestros profesionales no son formados para responsabilizarse ni estudiar las consecuencias sociales ni ecológicas de sus decisiones, y hoy vivimos bajo la desilusión del tipo de persona que estamos creando, en contraste con los vertiginosos avances de la ciencia.
La falta de investigación en ciencias humanas y la baja calidad de lo poco que se realiza en esta área es parte indivisible del concepto equivocado que tenemos del progreso o del desarrollo. Sin embargo, si alguien tiene mayor culpa, esta recae mayoritariamente en el sistema educativo, especialmente en las universidades. Nuestros sistemas llenan al estudiante de certificados, constancias, títulos, diplomas desde muy temprana edad, lo que los convierte en buscadores de prestigio, en el mejor de los casos, y les hace perder el amor al conocimiento y la perspectiva que ningún conocimiento es terminal, de que el aprendizaje se extiende a lo largo de la vida. Pareciera que lo único importante fuera conseguir títulos, no necesariamente aprendizajes, y, una vez obtenidos, reposar para siempre el esfuerzo realizado. Se destruye la curiosidad, la sed de conocimientos, la búsqueda de la verdad.
En una buena parte de universidades en el mundo, muchos profesores se limitan a repetir, reproducir y memorizar hechos que hoy son mejor explicados por medios digitales y de comunicación. No se motiva al estudiante a la creatividad de nuevos conocimientos científicos, humanistas o artísticos, ni se les enseña el pasado sin el futuro. Tenemos sistemas que castigan la curiosidad, la explosión de la imaginación creativa, el mismo riesgo de pensar. Todo ello es parte de la investigación acerca de nosotros mismos. Investigación en ciencias humanas que, en su mayoría, empezando por los premios Nobel, no reconocen o simplemente lo ignoran.
El imperativo de investigar extensamente en ciencias humanas es apremiante. Nunca un tipo de investigación a expensas de otro. Ciencias duras o blandas se complementan. Las unas sin las otras distorsionan la realidad y el mismo futuro. No hay forma de entender el mundo sin entendernos a nosotros mismos. El mundo de la formación no debe fragmentarse. Necesitamos, como expresó Simón Rodríguez, el primer maestro de América a comienzos del siglo XIX, educación social para hacer una nación prudente; corporal para hacerla fuerte; técnica para hacerla experta; y científica para hacerla pensadora. Nada de ello podremos conseguir si no ponemos al ser humano como eje del desarrollo.
© 2024 Miguel Ángel Escotet. Todos los derechos reservados. Se puede reproducir citando la fuente y el autor. Este artículo salió publicado, el lunes 25 de marzo de 2024, en La Voz de Galicia, con el mismo título, y cuya fotografía se reproduce debajo de este texto y su versión digital puede leerse aquí.