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Blog Académico

Eirene et Horae. Decálogo para una educación de Paz

MIS REFLEXIONES PARA LOS GRADUANDOS UNIVERSITARIOS                 DONDEQUIERA QUE ESTÉN

Asistimos a una época dolorosamente fugaz y trivial, tremendamente insondable, que propone más espacios para consumir que para disfrutar o pensar. Estamos sometidos a populismos de todos los signos donde la ética brilla por su ausencia. Vivimos en un tiempo pleno de una atroz sobreabundancia para algunos y de una desoladora escasez para otros, un mundo desigual en el que todavía no hemos derribado los muros que imponen las guerras: países, civilizaciones enteras, seres humanos, el planeta sufren olas de violencia que solamente engendrará más ferocidad y tristeza. Eso no impide que en mi fuero interno mantenga mi optimismo sobre la humanidad, porque todavía creo en las utopías y me solidarizo con el dolor del ser humano y del planeta, con la esperanza puesta en vosotros, estudiantes egresados y capitanes del futuro. Por ello, rindo un homenaje a Eirene y las Horas, enviando a la sociedad una exclamación de Paz desde el Panteón del conocimiento, desde la institución universitaria. Y dado que no habrá paz sin educación ni podrá haber jamás educación sin paz, os quiero compartir modestamente mi propio manifiesto, con el decálogo de educación de paz que ha regido y rige mi vida.


Contaban en la antigua Grecia que Zeus, el supremo soberano de los dioses, se había casado por segunda vez con Temis, la diosa de la ley y el orden eternos. Producto de ese amor nacieron tres mujeres, las Horas, una tríada de diosas que formaban parte de las generaciones más jóvenes del Panteón. Eirene, Dike y Eunomía regían los ritmos agrarios y los cívicos, eran divinidades consagradas a la naturaleza y al gobierno, presidían el ciclo natural y el orden social. Cada una de las Horas se identificaba con una estación y, por tanto, con el ciclo anual que regía la cosecha y la vida pública. Así como Dike simbolizaba la idea de brotar y la justicia y Eunomía la de crecer y buen gobernar, Eirene era la floreciente, la dispensadora de uvas, la guardiana de la paz. Asociada a las flores, a los frutos y a la fertilidad, se erige en la divinidad que permite el ejercicio de la agricultura, incompatible con el estado de guerra, porque nada florece ni prospera bajo la contienda o ante la hostilidad. Eirene es, ante todo, símbolo de paz, prosperidad y riqueza.

Todas estas conceptualizaciones responden a la idea de que la agricultura y la paz estaban estrechamente relacionadas en el mundo clásico. Tan solo la vida pacífica aseguraba el correcto funcionamiento de la agricultura y por ende del trabajo, la prosperidad y el bienestar –ciertamente en un entorno ecológico y sostenible. A su vez, la paz aseguraba la familia, la procreación y la continuidad de la especie. Paz era, en la Grecia ateniense, un concepto amplio y positivo, que trascendía la ya conocida «paz negativa» o ausencia de guerra; se ligaba la paz al orden, a la justicia y al buen gobierno. Así lo contaba el historiador romano Diodoro Sículo: «A Eirene le fue otorgado el orden y la disposición de la vida para servir al mayor beneficio de la humanidad, pues no hay nada mejor para construir una vida de felicidad que la buena ley, la justicia y la paz». Eirene fue un propósito de culto, su altar ocupaba el Ágora, la plaza pública, el foro, el espacio para el diálogo y la cultura, el lugar en el que se impartía la justicia. Los griegos la situaron en el emplazamiento más metafórico y representativo de su civilización, aquel en el que la paz merecía ser venerada.

Las manos tendidas son una condición para una cultura de paz

Al escribir este maravilloso pasaje mítico, traigo al recuerdo, mi anterior mensaje a los graduados de otros años, en los que el modelo botánico, agrícola, también inspiraba mis palabras de la formación universitaria. «Y pasó el Arado» fue mi alegoría para reflejar que en días como el de esta oportunidad recogemos, vosotros y nosotros, los frutos cultivados. Expreso, por eso, mi deseo de que «nadie, queridos estudiantes, siegue los valores admirables y eternos que en vuestra alma han sembrado aquellos que os aman». En el fondo, desde la investigación, la educación o la vida misma, el símil de la agricultura es un fiel reflejo de lo que representa el tránsito por el planeta: deberíamos dejar a las generaciones futuras un legado de paz y prosperidad, un mundo mucho mejor que el que nos ha tocado vivir. Merece la pena traer a colación el pensamiento de Ken Robinson con el que me identifico plenamente, en el sentido de que, «tenemos que abandonar lo que es esencialmente un modelo industrial de educación, un modelo de fabricación, que se basa en la linealidad, la conformidad y el agrupamiento de personas. Tenemos que pasar a un modelo que se base más en los principios de la agricultura. Tenemos que reconocer que el florecimiento humano no es un proceso mecánico; es un proceso orgánico. Y no se puede predecir el resultado del desarrollo humano. Lo único que puedes hacer, como agricultor, es crear las condiciones bajo las cuales comenzarán a florecer».

De entre todas las instituciones que hoy en día intervienen en el devenir de la vida pública y la estabilidad social, quizá la universidad sea, y de hecho lo es, una de las más heterodoxas y metafóricas. Heterodoxa porque no sigue un paradigma: nace y se desarrolla asociada a un momento y a un lugar determinados de la historia con el objetivo de responder a unas necesidades y unos medios determinados. Metafórica en cuanto que, a modo de las alegorías especulares como las de Calderón de la Barca, es reflejo de la realidad en la que se desarrolla y a la que, paradójicamente, intenta influir y transformar desde su propio carácter de institución de educación superior. La universidad es, y siempre ha sido, la institución que, anclada en el presente, tiene la capacidad de intervenir en el futuro, asumiendo los desafíos y las responsabilidades de su propio tiempo. Con origen en la Academia platónica, la Escuela peripatética de Aristóteles, el Museion de Alejandría o el Pandidakterion de Constantinopla nuestra actual universidad es, o debería ser, mucho más que el centinela del saber o un índice de conocimientos, es el motor del pensamiento crítico, de la transformación y del cambio Debe ser la institución anticipatoria del futuro, la locomotora que conduce el tren de la innovación y no su vagón de cola. La universidad es el Ágora, el pórtico del conocimiento y por ende, la guardiana del bienestar, el progreso y la prosperidad. Y en este sentido, y alegóricamente, es la Atalaya de la Paz que nos ayuda a florecer.

Ágora imaginaria en los tiempos de Pericles

Asistimos a una época dolorosamente fugaz y trivial, tremendamente insondable, que propone más espacios para consumir que para disfrutar o pensar. Estamos sometidos a populismos de todos los signos donde la ética brilla por su ausencia. Vivimos en un tiempo pleno de una atroz sobreabundancia para algunos y de una desoladora escasez para otros, un mundo desigual en el que todavía no hemos derribado los muros que imponen las guerras: países, civilizaciones enteras, seres humanos, el planeta sufren olas de violencia que solamente engendrará más ferocidad y tristeza.

Eso no impide que en mi fuero interno mantenga mi optimismo sobre la humanidad, porque todavía creo en las utopías y me solidarizo con el dolor del ser humano y del planeta, con la esperanza puesta en vosotros, estudiantes egresados y capitanes del futuro. Por ello, rindo un homenaje a Eirene y las Horas, enviando a la sociedad una exclamación de Paz desde el Panteón del conocimiento, desde la institución universitaria.  Y dado que no habrá paz sin educación ni podrá haber jamás educación sin paz, os quiero compartir modestamente mi propio manifiesto, a través del decálogo de educación de paz que ha regido y rige mi vida.

Diez principios para una educación ética y de paz:

  1. Educar es amar, poner la inteligencia al servicio del amor y la paz. El amor despierta nuestra curiosidad, nuestro afán por comprender, nuestra voluntad de saber.
  2. El conocimiento es un viaje de descubrimiento continuo que añade paz y belleza al misterio de la vida. Nos ayuda a alegrar el corazón de quienes nos acompañan en esta tarea.
  3. Educar es enseñar a pensar, es enfrentarse a la aventura de las nuevas ideas. Es correr con el riesgo de pensar.
  4. La educación implica tomar una postura de acción transformadora, tanto en el plano individual como desde una perspectiva colectiva y social, ejerciendo el pensamiento crítico.
  5. Enseñar es mucho más que adiestrar o entrenar, es formar e instruir al mismo tiempo, anteponiendo la ética y la estética en todas nuestras decisiones. La genuina educación se basa en los hechos y no en la distorsión de los relatos.
  6. Educar es el arte de cooperar, de apoyarse mutuamente, de ayudar a concebir y dar a luz a la verdad. Maestro y discípulo establecen un debate de igual a igual que siempre desemboca en conocimiento y veracidad.
  7. La educación ha de ser plena, gestáltica, donde teoría y praxis sean parte integradora del conocimiento, de tal manera que combinemos tradición y cambio, preceptos e innovación, certezas e incertidumbres, o la armonía con el propio caos.
  8. Educar es preparar a otros y a uno mismo para el cambio permanente, para aceptar las mudanzas y superar la crisis que conllevan, para anticiparse al futuro y progresar.
  9. La educación exige responsabilidad ética para seguir aprendiendo por el resto de la vida y compartir este conocimiento con los demás. La mentira, el narcisismo, la envidia, el egoísmo y la insolidaridad, entre otros, son aprendizajes que interfieren los auténticos valores del ser humano, y la búsqueda genuina de la paz.
  10. Educar es una misión apasionante que requiere infinita compasión por los que sufren, una combinación de competencias cognitivas y afectivas y un tenaz desafío del que nunca dejas de aprender en compañía.

En nuestra universidad tenemos muy presentes estos principios y nos conducimos a través de ellos. Apostamos por una educación de alta calidad en los contenidos, actual y adaptada a las nuevas necesidades del mercado laboral vigente y del que vendrá, a la vez que asumimos los desafíos de una educación actitudinal, afectiva y ética. Una educación que además de enseñar para los corazones, os proporcione alas para el viaje de la vida. Os hemos acompañado durante un tramo de vuestra travesía, durante vuestra carrera de grado o de los estudios de postgrado, y seguiremos con vosotros desde el propio claustro de profesores que estarán ahí para asesorar, para serviros de guía y de escucha y desde las actividades de formación permanente; también desde Alumni que se ha constituido como un espacio de relación profesional y como el canal que enlaza al estudiante con la empresa y con la misma alma mater. La universidad debe poner el foco siempre en el avance y la mejora, y competir con nosotros mismos cada día, porque entendemos que todo lo que hagamos en educación, lo mismo que sucede con la salud, siempre será insuficiente para la magnitud que implica el conocimiento y las personas.

La Voz de Galicia, 14 de junio de 2024

Deseo agradecer y felicitar a los estudiantes de esta Promoción. Agradeceros vuestras aportaciones: hemos aprendido de vosotros, en lo intelectual y en lo humano, porque todo intercambio conlleva un aprendizaje, por ello hemos crecido a vuestro lado. En eso consiste la educación, en aprender del otro, en formarse continuamente y en cualquier etapa del viaje de la vida. No dudo de que cada uno de vosotros hará de su profesión y de su vida un ejercicio ético y de paz, con la dosis de humildad que emana de quien sabe mucho y cree saber muy poco, porque esa actitud le conmina a seguir aprendiendo.

Algunas veces también sucede que la ley de progreso parece haber fracasado: cuanto más avanzamos en el conocimiento, más nos cercioramos de la desaparición de un futuro previsible, de que la felicidad o la catástrofe son igualmente posibles e inminentes, de que la fragilidad de la vida está también asociada a salud, de que la existencia humana conlleva muchas veces inseguridad o la angustia a la par que otras emociones más felices. Por todo ello, también perdonad nuestros posibles errores. De ellos también aprendemos si rectificamos y lo haremos.

Lo que intento comunicaros es que debéis prepararos para un mundo que está más lleno de incertidumbres que de certezas. El profesional que egresa de la universidad debe enfrentarse a esa realidad en proceso de cambio permanente. El profesional de hoy debe buscar soluciones a problemas que nunca se resolvieron; hasta cierto punto, debe responder inteligentemente a lo desconocido, en el más puro estilo de Jean Piaget, que definía la inteligencia como «la capacidad del ser humano para adaptarse a lo nuevo, para resolver problemas que nunca se le habían presentado».

Asimismo, quiero felicitaros en unión con vuestras familias y amigos cercanos, por vuestro esfuerzo, vuestra dedicación, por ese logro que hoy cristaliza en este fin de etapa que ya os está abriendo nuevas puertas que os asoman al balcón de la vida para poder volar. Quiero hacerlo también a vuestros profesores, tutores, mentores, a cada uno de los empleados de la universidad, independientemente de su rango. Sin todos ellos no sería posible haber llegado aquí. La familia universitaria somos todos.

Finalmente, quiero trasladaros nuestra convicción, la mía propia y la de la universidad, de que la educación debe proporcionar el desarrollo del pensamiento ético; las conductas de flexibilidad, tolerancia y cooperación; la moderación de lo superfluo; el trabajo por la igualdad y la justicia social, y el sentido de convivencia con la naturaleza, el conocimiento y el resto de seres humanos. Así lo señalaba María Montessori, la pedagoga italiana que dio base a la educación abierta: «Sembrad en los niños ideas buenas aunque no las comprendan del todo. Los años se encargarán de descifrarlas en su entendimiento y hacerlas florecer en su corazón».

Sin este ejercicio educativo la utopía de Eirene no es posible, no habrá Paz ni Libertad sin una educación ética basada en el amor, la tolerancia, la cooperación, la justicia, el pacifismo y una intensa compasión por todos los que necesitan de nuestra atención y ayuda. La metáfora de la recolectora de uvas, que habitó un día el Panteón de los jóvenes dioses, quedará olvidada entre las páginas mitológicas de una antigua civilización relegada a una parábola que un día fue posible. Para que no suceda esto, os exhorto a exclamar Paz muy alto, a clamar Paz en un mundo lleno de guerra y hostilidad. Os invito a empuñar la lanza del conocimiento en favor de Eirene para que no habite el olvido, para que la paz siga presente en nuestros corazones porque, como expresaba mi principal mentor y siempre recordado profesor en mis años de estudiante en el hospital psiquiátrico, el austriaco de origen judío y psicopatólogo Guido Wilde, «el olvido puede caer en la represión y esta solamente conduce a conductas no deseadas». Exclamemos Paz en el Ágora de nuestro tiempo.

Referencias

Bowra, C.M. (1981). La Atenas de Pericles. Madrid: Alianza.

Escotet, Miguel Angel. (2023). Y pasó el arado. La Voz de Galicia, 15 de julio.

Hesíodo. (2023). Obra Completa. (Traducción de Francisco Javier Pérez Pérez). Madrid: Abada Editores.

Montessori, Maria. (1969). The Absorbent Mind. New York: Henry Holt and Kalakshetra Publications (Seventh Edition, 297 pages).

Piaget, Jean. (2001). The Psychology of Intelligence. London: Routledge Classic.

Robinson, Ken. (2010). Bring on the Learning Revolution. TED, Long Beach, California. Held a live conference in February and broadcast it on May 24 on YouTube/TED.

Sículo, Diodoro. (2004). Biblioteca Histórica. (Traducción de J.J. Torres). Madrid: Gredos.

Wilde, Guido. (1964). Psicología clínica. Una nueva profesión. Bogotá: Pax y Universidad Javeriana.

Wilde, Guido. (1959). El Psicoanálisis: Sentido de su ideología y balance de su autoridad. Bogotá: Ediciones de la Clínica Neuro-Psiquiátrica Santo Tomás.


© 2024 Miguel Ángel Escotet. Todos los derechos reservados. Se puede reproducir citando la fuente y el autor.

Este es mi mensaje en su versión íntegra, que desarrollé con motivo de la graduación de nuestros estudiantes de la Universidad Intercontinental de la Empresa (UIE), el doce de junio de dos mil veinticuatro. El mensaje se basa en mi artículo dirigido a todos los graduados universitarios dondequiera que se encuentren, Eirene y las Horas. Decálogo para una educación de Paz, que publicó La Voz de Galicia en su edición del 14 de junio de 2024, y que puede leerse en este enlace: artículo de la Voz de Galicia.