- March 6, 2024
- Aprendizaje, Educación, Educational Philosophy, Ética, Filosofía de la Educación, Filosofía Social, Psicología
Las conductas cooperativas, como en las mejores orquestas, necesitan autodisciplinadamente integrar el virtuosismo con el corazón, las competencias individuales con las colectivas. Tenemos que saber combinar los aprendizajes cognitivos con los afectivos, que en las circunstancias de esta pandemia que acabamos de tener, nos ha podido demostrar que estamos muy lejos de adquirir esas competencias sociales y emocionales.
El ser humano en el instante de nacer lo hace en soledad. Por breves momentos está desamparado e incapaz de sobrevivir por sí mismo. Al contrario de otras especies animales, el homo sapiens necesita de apoyo y protección en los primeros años de su desarrollo. El ser humano, por instinto y por comprensión, transforma su soledad en solidaridad. Descubre la fraternidad en la razón de su propia existencia. Entiende que vivir es sinónimo de estar en relación con el otro.
Poco a poco, aprende que para vivir en comunidad necesita aceptar unas pautas de conducta y unos modelos sociales. Ni estos ni aquellas son unidimensionales, sino plurales, diversos, multidimensionales. Y la cultura como expresión creativa del ser humano es el acarreo en el tiempo de los distintos aprendizajes, reaprendizajes y desaprendizajes que se van incorporando en el recorrido histórico: los valores, las tradiciones, las creencias, los mitos, las ideologías, las costumbres, la ciencia, las actitudes. El ser humano deviene en ser cultural en el seno de su parcela social y comunitaria. Tiende a actuar y desarrollarse sobre unas bases de ética social. Estas bases – las de preocuparse por su semejante, admitir su diferencia, respetar su libertad – son las que determinan el quehacer diario del individuo en relación con la cultura. Pero no existe una moral social convincente, si la propia sociedad no permite la acción permanente de autoanálisis y autocrítica que ayude a las personas a perfeccionarse, en un mundo cambiante y constantemente acosado por estímulos externos y por nuevas creaciones.
De la capacidad de elegir libremente dependerá que el ser humano se estanque, retroceda o se desarrolle. A su vez, la autoeficacia como un ejercicio del autocontrol es esencial en el aprendizaje social y cultural, tal como lo expresó Albert Bandura (1997). Por medio de una formación y cooperación permanentes, esa criatura podrá superarse y aproximarse más a las metas y aspiraciones de su tiempo y del que vendrá. Kepler especulaba, como ya lo habían hecho los griegos, sobre la armonía del universo. El ser humano de la civilización contemporánea continúa elucubrando en torno a la armonía o al equilibrio no alcanzados: la libertad –con sus derechos y deberes – la justicia social y la paz. En la persona social de hoy deben primar la cultura, la ciencia y la educación como instrumentos imprescindibles para situarle, a él, a ella y al otro, a la civilización creada, en ese futuro deseable que entrevé, pero que no consigue atrapar, un futuro que podrá alcanzarse si se logra un esfuerzo colectivo, interétnico, fraterno, que rebase la retórica y se adentre en la acción creativa y en la firme voluntad política de los pueblos.
Pero el futuro es mucho más difícil alcanzarlo si utilizamos herramientas de aprendizaje para un mundo cuadriculado que no existe y que con mucha más fuerza no existirá. La orientación principal del aprendizaje es educar para la incertidumbre (Escotet, 1992). Es muy difícil, pero absolutamente necesario. Y es complicado porque hemos creado un mundo que tiene bastante de ficción. Pensamos que todo está hecho. Se habla de planificación estratégica como panacea de la organización para las cosas que no ocurrirán, diseñamos programas para estudiantes que están iniciando su vida y van a permanecer dieciséis años en la educación formal, cuando es casi imposible, saber lo que va a ocurrir cuando se incorporen al mundo del trabajo. El caso es que les inducimos a creer que con lo que están aprendiendo van a tener resuelto su futuro, mientras que lo razonable sería ayudarles a construirlo. La base fundamental de la educación para la incertidumbre es enseñar a pensar, a disentir, a resolver nuevos problemas, a desarrollar el pensamiento utópico sin menoscabo de la realidad, a respetar al otro. Y estos también son componentes afectivos, no solo cognitivos. La educación formal en la gran mayoría de los países es muy cognitiva, lo cual está bien, siempre y cuando no se haga a expensas de lo afectivo, porque el ser humano ha de aprender a vivir en sociedad como parte de la influencia de la cultura en el comportamiento social (Serpell y Escotet, 1981). Lo que plantea esta corriente de pensamiento es cómo ayudamos a los estudiantes a que resuelvan sus problemas dándoles herramientas, y conocimientos, obviamente. Y esto no se consigue con programas rígidos. Es decir, siempre vamos por detrás de los acontecimientos. Es como si estuviésemos reproduciendo la historia en lugar de construirla.
Queda lejos, muy lejos, la radicalización literaria de Sarmiento: o civilización o barbarie. La música que suena en la tan manoseada postmodernidad es muy otra, tanto por su eco como por sus contenidos. Los símbolos y los códigos también se han modificado. El período histórico que vivimos está signado por un cambio permanente, que afecta a todo el contexto social mundial. De hecho, el cambio permanente es una constante en la historia de la humanidad. Este proceso de transformaciones, unido a las imprevisiones del futuro, produce inseguridad y nostalgia en el ser humano, ya que hay algo que se va, algo que se acaba no sin cierta grandeza y algo que nace o, más bien, irrumpe arrebatador y pujante.
Siempre he tenido la sensación, si analizamos los hechos históricos, que cada generación piensa que su tiempo es más rápido y profundo que los anteriores. Generalmente no es así. Cada tiempo que nos ha tocado vivir como especie, ha sido a la luz de ese instante, rápido y profundo. Solo son gestalts diferentes. Pensemos, por ejemplo, la gran transformación de la sociedad y la cultura en el momento que se descubrió la rueda, a tal punto, que todavía hoy, después de tantos siglos de desarrollo humano, continuamos haciendo uso de ella en múltiples facetas. La dinámica de los tiempos es increíblemente veloz en todos los campos, y el presente pasa a la categoría de pretérito en un abrir y cerrar de ojos. El futuro siempre empieza hoy y mañana siempre es tarde. Aprender para hoy, como ya lo expresaba en mi libro de Aprender para el Futuro en 1992, es iniciar el camino para combatir la ignorancia, la miseria, la enfermedad, la destrucción de la naturaleza, la desigualdad, la discriminación, la insolidaridad. Nada debe esperar para mañana.
Las conductas cooperativas, como en las mejores orquestas, necesitan autodisciplinadamente integrar el virtuosismo con el corazón, las competencias individuales con las colectivas. Tenemos que saber combinar los aprendizajes cognitivos con los afectivos, que en las circunstancias de esta pandemia que acabamos de tener, nos ha podido demostrar que estamos muy lejos de adquirir esas competencias sociales y emocionales (Escotet, 2020). Se ha puesto gran énfasis en la dimensión cognitiva, metacognitiva y estructural de la formación, y debe seguir haciéndose, pero no a expensas de reducir, restringir y despreciar las dimensiones afectivas y psicomotoras. En mi libro, The Psychosocial and Cultural Nature of Education (2004) presento veintiuna variables afectivas que son esenciales en la construcción de la educación del futuro. Entre ellas, desarrollar el pensamiento ético y estético, las conductas de flexibilidad y tolerancia, el ejercicio permanente para la liberación de prejuicios mentales y sociales, la moderación de lo superfluo, el ejercicio de la compasión, aprender a perdonar el error, aprender a compartir las ideas, aprender a escuchar, fomentar las actitudes generosas, reconocer lo que otro puede enseñarnos, aprender a cuidar, aprender el sentido de convivencia con la naturaleza, con la salud, con el conocimiento y con el propio ser humano.
Aspectos todos, en los que la educación, como dimensión socioeconómica y sociocultural, tiene papel preponderante e incuestionable. No debemos olvidar que los descubrimientos no existen hasta que se comparten. Mientras no nos propongamos considerar a la educación cognitiva y afectiva como la prioridad real de la sociedad, sin retórica y adoctrinamiento, el ser humano seguirá estando atrapado en la telaraña del egoísmo, desigualdad, mediocridad e insolidaridad. En definitiva, no aprenderá a aprender en compañía.
Referencias
Bandura, Albert (1997). Self-efficacy: The exercise of control. New York: Freeman.
Escotet, Miguel Ángel (2020). Pandemics, leadership and social ethics. Prospects (UNESCO), 49, 73-76. https://link.springer.com/article/10.1007/s11125-020-09472-3
Escotet, M. A. (2004). The Psychosocial and Cultural Nature of Education. Boston: Pearson.
Escotet, Miguel Ángel (1992). Aprender para el futuro. Madrid: Editorial Alianza Universidad.
Serpell, Robert y Escotet Miguel Ángel (1981). Influencia de la cultura en el comportamiento. Barcelona: Ceac.
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©2024 Miguel Ángel Escotet. Todos los derechos reservados. Se puede reproducir citando la fuente y el autor. Este artículo reproduce el ensayo publicado por Papel Literario de El Nacional, el domingo 17 de diciembre de 2023.
La imagen de cabecera representa al grupo esencial de Peanuts, Charlie Brown, Snoopy y sus amigos, Aprendiendo juntos, y es propiedad de Peanuts.